miércoles, 16 de marzo de 2011

Gadafi y los occidentales de boca grande

Las protestas en el norte de África y Oriente Medio han servido de pasarela para que todos los políticos europeos y norteamericanos suelten un discurso de lo más sentido sobre los derechos y libertades de los hombres, y para hacer alarde de lo dispuestos que están todos a ayudar en honor a la libertad y la democracia.

El día 22 de febrero, Trinidad Jiménez dijo con rotundidad a las cámaras que No vamos a permitir que Gadafi siga matando a su gente (por desgracia no encuentro un link a semejante perla, pero no dudéis que fue así). Yo no pude evitar soltar la carcajada e increpar al televisor (tarea que hago con demasiada frecuencia): ¿qué pasa, Trini, vas a sacar los tanques tú solita?. Unos días más tarde, Obama exigía la salida del poder de Gadafi.

Túnez y Egipto, como casos aislados, fueron ilusionantes y ejemplares: alardes de responsabilidad cívica y de valor a favor al progreso para los que fue fácil encontrar una postura diplomática. Pero con las primeras manifestaciones en Libia e Irán, la cosa adquiría una dimensión mucho mayor y, cuanto menos, preocupante: se trata de dos de los bastiones del totalitarismo islámico y del enemigo público número uno de EEUU, Irán. Es cierto que individualmente, iraníes y tunecinos merecen mi misma consideración en lo que se refiere a sus derechos y libertades, pero como ciudadano del mundo (y sobretodo de Europa y de un país integrante de la OTAN), me preocupaba bastante la generalización de un conflicto armado en el mundo árabe que incluye estados potencialmente expansionistas.

Pero parece que nadie se hubiera planteado la gravedad de estos hechos desde el poder. Se ha estado hablando de una zona de Exclusión Aérea. Disculpad, pero ¿qué falacia es una zona de exclusión aérea? En mi pueblo, a eso le llama guerra. ¿O es que alguien piensa que porque Europa declare la dichosa zona, Gadafi va a dejar que le quiten lo que él considera suyo? No, señores, una zona de exclusión aérea es un término muy bonito para encubrir el comienzo de un conflicto armado. Y, por supuesto, nadie quiere entrar en una guerra.

Ahora, entre palabras y reuniones, pasan los días y Gadafi avanza recuperando terreno. No soy yo el que quiere que esto pase, pero ¿qué nos quedará entonces? ¿Volver a recibir a Gadafi con los honores de un jefe de Estado? ¿Callarnos ante las atrocidades que cometerá cuando tenga de nuevo el control?

Es cierto que hay que ser valiente, que es el deber del buen ciudadano denunciar la injusticia, ¿pero es España, la Unión Europea o Estados Unidos un ciudadano libio? Las atrocidades que se comenten en el mundo son dignas de revueltas, portadas y discursos emotivos a diario. Pero mientras no sepamos solucionar nuestros problemas internos, quizá no deberíamos ir por el mundo señalando con el dedo y diciendo cómo se deben hacer las cosas en lugares de los que no tenemos conocimiento alguno.

Estoy harto de Afganistanes, Iraks, Yugoslavias… Estoy harto de políticos con la boca muy grande que, sabiéndose blancos y trajeados, creen tener soluciones para todos los demás muertos de hambre.
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